
En un contexto marcado por la agresión rusa en Ucrania y las políticas de repliegue de Estados Unidos, la idea de un ejército europeo ha resurgido con fuerza en el debate público. El siguiente artículo analiza las implicaciones políticas, estratégicas y sociales de esta propuesta, destacando los desafíos que enfrenta la Unión Europea (UE) para alcanzar una «Autonomía Estratégica» en defensa, subrayando además la dependencia histórica de Europa de Estados Unidos y la necesidad de revertir la reducción de sus Fuerzas Armadas, profesionalizadas pero limitadas en cuanto a capacidades. También invita a reflexionar sobre si Europa está realmente lista para asumir un rol militar autónomo y qué sacrificios implicaría en caso de decidirse a ello. Además, el texto borda cuestiones prácticas como la interoperabilidad, la logística y la estandarización, sin olvidar el papel de países no miembros de la UE, como Reino Unido o Noruega. Una lectura imprescindible para quienes buscan entender los retos de la seguridad europea en un mundo en transformación.
Índice
- Introducción
- ¿Un Ejército europeo?
- Política Común de Seguridad y Defensa de la Unión Europea (PSCD)
- Organización del Ejército europeo
- Material y equipo para un Ejército europeo
- Conclusiones
Introducción
Con motivo de la agresión de Rusia en Ucrania y las políticas del presidente norteamericano Donald Trump, se han publicado numerosas noticias y opiniones alrededor del aumento del gasto militar al que se han visto obligados los miembros de la Unión Europea. En numerosos medios se están realizando consideraciones, con una cierta ligereza, tales como la posibilidad de ruptura de la OTAN, el rearme de Europa o la creación de un ejército europeo.
Respecto a estas dos últimas, queremos hacer unas reflexiones a nivel de ciudadano no iniciado, que es donde se están dando esos debates, centrándonos en las ideas principales, sin detenernos en detalles que alargarían en exceso este trabajo (en varios ejemplares de esta revista se han publicado numerosos artículos que explican con gran detalle los aspectos a los que nos referiremos).
Hasta ahora, la salvaguardia de los valores occidentales, entendiendo occidente no como un lugar físico sino como la noción de una forma de vida, ha dependido militarmente en exceso de los Estados Unidos. En el momento histórico en que nos encontramos, Europa (más adelante trataremos lo que se puede entender por “Europa”) debe reaccionar adecuadamente para poder encaminar una gestión propia en este campo. Lo cierto es que EEUU ha sido un líder fiable hasta ahora, nuestro continente se ha confiado en demasía y, al cambiar la situación, la posición se ha vuelto realmente crítica y débil. De esto parecen estar tomando conciencia los componentes de la UE, aunque con distintos puntos de vista, como sabemos.
¿Un Ejército europeo?
Después de años en los que este departamento ha estado relegado a un segundo plano, las Fuerzas Armadas de los países de nuestro continente han quedado reducidas a un tamaño bastante limitado, con la ventaja de estar compuestos por profesionales dotados de un buen material y equipo en general, y el inconveniente de ser incapaces de sostener un esfuerzo alargado en el tiempo.
Siendo los ejércitos herramientas relevantes de la política exterior, esta se ha olvidado un tanto de aquéllos y se ha asentado más en otras áreas (por ejemplo, diferentes sanciones a Rusia en lugar de amenaza de uso de la fuerza), destinando a ellas los presupuestos y, si bien han elevado la calidad de vida de los ciudadanos, han descuidado un elemento clave, y sin embargo poco popular, como es la defensa.
La idea de la creación de una organización combatiente europea (así debería ser), igual que la de “autonomía estratégica”, requiere que se definan unos objetivos políticos comunes y, en consonancia, se aporten los instrumentos, no sólo militares, necesarios para conseguirlos.
En cualquier caso, aun habiendo voluntad política, revertir la situación actual será un proceso muy largo que ha de estar acompañado por una diferente concepción de la industria de armamento en Europa.
Resumiendo, lo que está en juego tiene tal calado que abarca un cambio en el espectro estratégico circunscribiendo lo político, lo económico y lo militar.
Una de las secuelas a enderezar es el sentimiento de desinterés que la sociedad muestra en estos temas, algo alarmante en ciertas naciones, porque impide a los ciudadanos ver con algo de claridad la amenaza real existente sobre nuestro futuro. La profesionalización de los ejércitos ha contribuido a asentar la idea de que todo esto es cosa de otros.
La cultura de defensa es una asignatura pendiente en nuestras sociedades. El ciudadano medio apenas recibe información, y no pone interés en indagar y analizarla por no sentirla como algo que le afecte, de modo que las relaciones internacionales, las exteriores de su nación, nociones de geopolítica e historia, o los retos que presenta la seguridad son asuntos que no le preocupan. No se trata de ser expertos, sino de disponer de unos conocimientos mínimos que sirvan para entender en qué escenario nos encontramos, y a eso no llegamos. Según muchas encuestas, un importante porcentaje de la población no ve necesario, e incluso ve excesivo, un aumento en el gasto cifrado en ocasiones en un imposible 5% del PIB que, en el mejor de los casos, se quedaría en el 3-3’5 % de media en algunos de los países (habrá que ver cuáles son).
Como las fuerzas políticas no contemplan estas necesidades porque son poco populares, tienden a gastar lo mínimo posible, y nos encontramos ahora que hay que hacer un forzoso y enorme esfuerzo presupuestario, además del de convencer a una buena parte de la población y sus representantes políticos.
Pero ese incremento no hace viable en sí mismo el nacimiento de un ejército, ni de una verdadera estrategia de seguridad común.
Así las cosas, en muchas ocasiones se emplean indistintamente los términos Unión Europea y Europa, que es algo más impreciso. Nuestro continente es muy extenso y está compuesto por territorios con una fuerte personalidad, con mucha ilustración e historia a sus espaldas, con intereses propios. Sus culturas de defensa, las prioridades estratégicas y las correspondientes relaciones exteriores son muy diferentes entre sí. Es muy cuestionable que se llegue a una unidad tal que se ceda el control sobre las FAs, lo que es igual a una cesión parcial de soberanía.
Plantearse si es factible colocar los ejércitos o una parte de ellos bajo un mando no nacional (no estamos hablando de asignar unidades a una alianza o a la ejecución de una operación en concreto) choca con el hecho de que están ligados al concepto de Nación. En nuestro caso la Constitución1 establece que las FAs están bajo la dirección del Gobierno de la Nación y bajo el mando supremo del Rey. Pertenecer a un ejército europeo supone estar bajo el mando de algo o alguien ajeno a esto, es servir bajo otra bandera. Lo mismo ocurre, lógicamente, en otros estados. Este es el principio que juega en contra de la organización de un auténtico ejército europeo y se habla, por tanto, con cierta precipitación de este tema, cuando en ningún caso sería realizable. La UE no es una entidad con carácter estatal (como sí lo es EEUU, con quien en ocasiones se establecen paralelismos), por lo que no puede disponer de Fuerzas Armadas propias. Lo que sí se puede, y se debe, es articular una política común. En el comienzo de art 222 del Tratado de Funcionamiento de la UE se dice: “La Unión y sus Estados miembros actuarán conjuntamente con espíritu de solidaridad si un Estado miembro es objeto de un ataque terrorista o víctima de una catástrofe natural o de origen humano. La Unión movilizará todos los instrumentos de que disponga, incluidos los medios militares puestos a su disposición por los Estados miembros”. Es más concluyente los contemplado en el Tratado de Lisboa (que modifica el Tratado de la UE o Tratado de Maastricht y el Tratado de Funcionamiento de la UE o Tratado de Roma), cuando en el art 42.7, una cláusula de defensa mutua, se establece que «si un país de la UE es víctima de una agresión armada en su territorio, los demás países de la UE tienen la obligación de ayudarle y asistirle con todos los medios a su alcance». Sin embargo, el tipo de ayuda depende de lo que decida cada gobierno, y hasta ahora no existe mucha confianza en cómo se aplicaría este artículo en según qué casos, puesto que la Unión ha sido principalmente una asociación política y económica y es ahora cuando está empezando a crear una estructura militar, con la vista puesta en la realización de ejercicios con las fuerzas que se asignen o el desarrollo de capacidades comunes. Todo, claro está, mientras se hace equilibrios por preservar la soberanía propia y las respectivas prioridades de los Gobiernos.
Es interesante observar que nuestros territorios en el sur quedan claramente bajo la protección del Tratado, ya que no existen en él límites geográficos, por lo que se deduce que tenemos más garantías de apoyo en la protección de Ceuta y Melilla que en la OTAN, donde sí existen.
No obstante, nos estamos refiriendo a la UE, no a Europa. En primer lugar, no se puede dejar de lado al Reino Unido. De hecho, están tomando la iniciativa en cuanto al despliegue de una fuerza europea en Ucrania (“Coalición de Voluntarios”). Tampoco de Noruega, con quien existen especiales relaciones, a pesar del reiterado rechazo de sus ciudadanos a la adhesión. Un acuerdo es obligado, pero será complicado, especialmente con el primero. Es obvio que sus FAs tienen un peso especial, al disponer de fuerzas nucleares (recordemos que ahora esa facultad de disuasión sólo la tiene Francia dentro de la UE). Sin embargo, al igual que en otras materias que provocaron el Brexit, habrá que tener en cuenta sus particulares criterios y el probablemente desproporcionado peso que le da su potencial militar. El conjunto podría provocar disensos y entorpecer la gestión común. Otro punto a favor es su especial relación con los EEUU, con quien puede servir de puente en la relaciones.
Además del RU y Noruega existen otros países que, si no terminan siendo miembros de la Unión, se podrían adherir al mismo pacto, como Islandia o los pueblos balcánicos, sin descontar a Moldavia o Ucrania a pesar de sus especiales circunstancias y a Georgia con su particular y peliagudo proceso de adhesión.
Las ya enmarañadas decisiones se complicarían aún más, pero es necesario algún tipo de asociación.
No son estas las únicas dificultades a superar. Existen otros estados con los que se debe tener una especial relación en este área como son, por un extremo geográfico Canadá, y por el otro Turquía o Israel. Aunque no sean europeos, no se pueden soslayar los muchos y especiales lazos, no sólo castrenses, que nos acercan.
Es complicado que todos los miembros lleguen a tener la misma actitud en materia de defensa. Cada uno tiene sus propias prioridades y ha desarrollado, en consecuencia, distintas capacidades. Por ejemplo, los hay, no sólo España, que tienen interés puesto en el sur, mientras que para otros ese interés no existe. Tenemos intereses comunes como la amenaza rusa o el terrorismo islámico, si bien con niveles diferentes. Es el caso claro de la guerra de Ucrania, donde, con algunas excepciones, los estados que proporcionalmente más han aportado son los más cercanos, disminuyendo esa contribución conforme la distancia física con el conflicto aumenta.
En ese sentido, uno de los primeros retos a afrontar será la posición ante la llegada de la paz (ya veremos en qué términos). Tanto si termina integrándose en la Unión como si no (primer reto), ¿se desplegarán finalmente tropas para vigilar el cumplimiento de los acuerdos?, ¿qué tipo de actuación se ejecutaría si Rusia los rompe?.
Cualquier organización de la que hablemos ha de ser creíble para ofrecer una buena disuasión, ha de mostrar que realmente está preparada y dispuesta a utilizar sus fuerzas. En lugar de exteriorizar debilidad anunciando posibles sanciones o respuestas poco concretas, hay que exhibir una auténtica determinación del empleo de la fuerza, tomando medidas incluso en contra de supuestos intereses particulares. Los estados miembro han de sentirse obligados a participar en las resoluciones incluyendo, evidentemente, la ejecución de operaciones de combate. Se podría mejorar el proceso de toma de decisiones pasando de voto unánime a voto por mayoría, pero esto seguramente es inviable dada la trascendencia de un compromiso como el envío de tropas a la batalla.
Hasta ahora hemos hablado, además de la política de defensa de la UE, de un convenio entre ésta y otros países no integrados en ella. Existe teóricamente otro planteamiento, una organización formada por algunas naciones europeas. Algo así como una copia de la OTAN en territorio europeo. Difícilmente con todos, pensemos de nuevo en la situación de los pueblos balcánicos, la neutralidad de Suiza, o la situación de Moldavia en la región de Transnistria y, lógicamente, la de Ucrania. No parece factible, dados los conflictos de intereses que podrían surgir con las dos Organizaciones y el hecho de que simplemente es más sencillo unirse a las fórmulas antes expuestas.
Volviendo a la UE, a la decisión de establecer una salvaguardia mutua y autónoma ante agresiones exteriores corresponde respetar las obligaciones adquiridas con otras alianzas actuales o futuras (también con la ONU), porque será necesaria una compatibilidad con la OTAN y esas otras posibles alianzas para una seguridad colectiva.
En todos los casos, Rusia pondrá muchos inconvenientes a tener en sus mismas fronteras o en zonas de su influencia una organización que considerará, como a la organización atlántica, una amenaza, y mantendrá impedimentos (de hecho ya ha realizado acciones ofensivas, como se sabe) a la adhesión de territorios como Georgia o Moldavia, similares a los mostrados con Ucrania en su intento de adhesión a la OTAN y a la UE.
Política Común de Seguridad y Defensa de la Unión Europea (PSCD)
Hasta ahora, la PSCD ha estado ligada a la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC). Sin embargo, esto cambiará y, aunque en buena lógica seguirán estando relacionadas, cada una dependerá de su propio Comisario, tras la creación recientemente dentro de la Comisión de la figura del Comisario de Defensa y Espacio, quien en resumen tiene como misión, sin recortar competencias en los estados miembros, la coordinación de la producción europea afectada en todos los aspectos y gestionar las inversiones de la Unión en este campo, además de reforzar las relaciones con la OTAN y desarrollar la Estrategia Espacial de la UE.
Con este nombramiento, y en el marco de la profunda (y cara) revisión estratégica (la llamada “Brújula Estratégica” o “Strategic Compass”) que está teniendo lugar, en marzo se publicó un Libro Blanco (White Paper) acompañado de otro plan denominado en principio “ReArmar Europa”, y ahora “Preparación 2030” debido a las reparos que desde algunos sectores se han puesto a la denominación (mal empezamos). En ambos se refleja la urgencia existente para organizar los potenciales militares e industriales frente a la amenaza rusa, después del cambio en la administración estadounidense. En esencia, el Libro plantea una nueva visión buscando la autonomía, y el Plan detalla vías de financiación.
Se definen una serie de líneas de actuación que pasan por el apoyo a Ucrania, la descripción de las capacidades críticas con la identificación de las lagunas existentes, apoyo al mercado europeo en este apartado, adaptación de infraestructuras, acopio de materiales, la adopción de nuevas tecnologías o favorecer asociaciones con países con posturas afines.
Enumera siete áreas consideradas prioritarias, como son defensa aérea y antimisiles, sistemas de artillería, municiones y misiles, drones y sistemas antidrones, movilidad militar, facilitadores estratégicos y protección de infraestructuras críticas, y un conjunto formado por IA, guerra cuántica, cibernética y electrónica.
Están por definir qué aportará cada miembro. Cuando se entra en detalles, vemos complicado un reparto que haga del total un conjunto coherente. Son una variedad de medios que van desde los nucleares a las unidades terrestres encabezadas por las acorazadas/mecanizadas, pasando por los marítimos con portaaviones o submarinos, los aéreos con aviones de combate o de transporte, los ISTAR de todo tipo, los de Mando, Control y Comunicaciones, ciberseguridad, EW, logística, satélites, o armas y municiones precisas de largo alcance, todo acompañado por el avance de la IA. Hoy en día están muy diferentemente repartidas en los ejércitos europeos, según las prioridades de cada nación.
No es lo mismo las FAs de una nación, algo que se supone congruente con los objetivos de defensa de la misma, que la suma de las fuerzas de varias naciones, que pueden dar como resultado un exceso o una falta de unas u otras competencias si no se aportan de forma equilibrada.
En este sentido, tras establecer el objetivo del conjunto de la UE, se puede, o bien repartir cada tipo de esfuerzo entre las naciones para que la suma constituya ese objetivo, o bien asignar las distintas necesidades por naciones o grupo de ellas. Seguramente la solución pase por una mezcla de las dos posibilidades. Una situación singular, y crucial, es que sólo Francia puede aportar disuasión nuclear en estos momentos, y es difícil que haya alguien dispuesta a adquirirla (quizás Polonia), pero la solución sólo puede pasar por que lo hagan (no es cosa de poco tiempo si hubiera voluntad), o por extender de alguna forma la francesa. Para esto último, parece que los alemanes quieren aportar financiación. También sería pertinente llegar a un acuerdo con los británicos, sobre todo si se firma algún tipo de coalición con ellos.
En resumen, es necesario definir una forma de asignación de unidades navales, aéreas o terrestres, sin olvidar una estructura orientada al espacio y una de mando y control.
Lógicamente, los fondos comunitarios se deberían aplicar en esta asignación de obligaciones, evitando que cada estado miembro los emplee en el impulso de las que crea conveniente. Cada uno sería libre, lógicamente y respetando ese vínculo, de decidir disponer de otras fuerzas. Se nos presenta así una doble servidumbre, la de aportar potenciales y la de un porcentaje del PIB de gasto mínimo.
Existen una serie de mecanismos, que no obstante necesitan actualizarse tras la revisión estratégica, en los que los integrantes se pueden apoyar. Veamos algunos.
Se ha desarrollado la Cooperación Permanente Estructurada (PESCO, Permanent Structured Cooperation), que consiste en una serie de compromisos y proyectos (a mediados de 2024, unos 20 y 66 respectivamente) con la idea de profundizar la cooperación y conjuntamente invertir, planificar, desarrollar y operar los esfuerzos.
La situación es borrosa porque se confunden los objetivos del plan, le falta concreción y porque es necesaria una actualización tras la revisión estratégica.
Como bien apunta Beatriz Cózar2, en alguna ocasión se ha confundido la definición de las capacidades con la adquisición o desarrollo de equipos, para lo que existe otro mecanismo, el Fondo Europeo de Defensa (EDF), que sirve para incentivar los proyectos de cooperación. En definitiva, por un lado se definen organizaciones militares y por otro se obtiene los equipos que se van a utilizar.
Si se realizara una revisión en profundidad del PESCO, o se elaborara un nuevo documento, el EDF podría quedar absorbido y los fondos europeos financiarían directamente los proyectos incluidos. Esto precisaría los objetivos a conseguir y cómo conseguirlos, dejando asimismo patente la voluntad de los miembros de la UE.
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